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.PRÓLOGO
El sombrío paraje de la Montaña Wundagore fue víctima de un escenario de gritos y calamidades que venían desde uno de los riscos que se erigían desde su punta. Allí, un grupo selecto de hechiceras danzaba alrededor de un círculo sagrado geométricamente perfecto, formado con sal negra y decorado con extrañas runas que se habían tallado en los bordes de la figura. En el centro del ritual yacía una joven Agatha Harkness recostada sobre una manta de telas negras, gritando de dolor mientras su cuerpo se partía en dos para recibir a su primogénito en este mundo. Los cielos se resquebrajaban en relámpagos morados producto de la poderosa afluencia de energías que recorría la ubicación, permitiendo que poderosos vendavales azoten la montaña. Las adeptas de Harkness comenzaron a pujar al unísono mientras su maestra se estremecía del dolor, sin todavía poder concretar el parto.
—¡No puedo más! ¡Es el momento, hermanas!
La orden de la suma hechicera fue clara y concisa. Apenas vociferó aquellas palabras, las brujas mutilaron sus muñecas una por una, permitiendo que su sangre mágica recorra su brazo y se extienda hacia el piso rocoso donde se encontraban, contactando con el círculo. En el momento en el que aquel líquido viscoso hizo contacto con las líneas del rito, un estallido de energías arcanas provocó la apertura de una puerta espacio-temporal que se levantaba frente al aquelarre. A través de ella, unos ojos rojizos observaban desde el otro lado. Una voz demoníaca hizo presencia, inundando la mente de las sacerdotisas.
—Cumple con tu parte, Harkness. O la niña será mía.
Todavía en trabajo de parto, Agatha pegó un grito desgarrador. Utilizando ambas manos para levantarse del piso manchado de sangre y líquidos diversos, observó directamente a los ojos de aquella entidad que reclamaba lo que le pertenecía.
—Que así sea, Dios del Caos. La sangre de mis hermanas será lo único que permitirá el nacimiento de mi hija.
La anciana figura de Agatha volvió a pegar un último grito de dolor, forzando la finalización del ritual. En el momento en el que su bebé atravesó los canales de parto, toda la fuerza vital de sus hermanas brujas fue succionada en cuestión de segundo a través del portal. El trato estaba completado. Los cuerpos esqueléticos de quienes fueron sus compañeras caían al suelo, deshaciéndose en cenizas que se esparcían por los huracanados vientos que soplaban por el lugar. La entidad soltó una risa demoníaca que resonó por todos los rincones de Wundagore y pronto el portal se cerró, cesando todo tipo de actividad climática.
Un silencio sepulcral inundó la escena. Agatha Harkness observó a su primogénita abrir sus pequeños ojos por primera vez. Sin darle mucha importancia a la muerte de las brujas que conformaban su aquelarre, una de los máximos objetivos de la hechicera había sido alcanzado: tener una hija propia. Su verdadera heredera.
Y así iniciaba la historia de Elizabeth Scratch, primogénita de Agatha Harkness.
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.ORÍGENES
En las profundidades de Nueva Salem, un pueblo oculto entre las montañas de Estados Unidos fundado por las víctimas de aquella horrible caza de brujas que tomó lugar hacia casi 300 años, Elizabeth Scratch creció bajo la tutela sabia y poderosa de su madre. Desde temprana edad, Agatha instruyó a Elizabeth en los caminos antiguos de la magia arcana, transmitiendo los secretos y la sabiduría de generaciones de hechiceras que habían llamado a ese lugar su hogar.
Los días en Nueva Salem eran como páginas desgastadas de un antiguo grimorio, llenos de rituales mágicos, estudios intensivos y encuentros con seres místicos que se deslizaban entre los mundos. Bajo la mirada orgullosa pero terca madre, Elizabeth aprendió a canalizar las energías del universo, a tejer hechizos con la delicadeza de una araña en su tela y a invocar a las fuerzas elementales que danzaban en los límites de lo tangible. Las enseñanzas de Agatha fueron profundas y diversas. Elizabeth aprendió a canalizar las energías de la naturaleza y los reinos astrales, a explorar los límites de la realidad y a comunicarse con entidades místicas ancestrales. Sin embargo, lo más notable fue su capacidad para resistir las tentaciones de las fuerzas oscuras que acechaban en los rincones más sombríos de la magia que practicaba: su voluntad de hierro había sido heredada directamente de su madre.
En una noche de luna llena, Agatha Harkness se sentó junto a su hija en la biblioteca ancestral de su hogar en Nueva Salem. Con una mezcla de solemnidad y determinación en sus ojos centenarios, comenzó a relatar la historia del linaje de su familia y los oscuros días de los Juicios de Salem.
—Elizabeth, hija mía. -comentó Agatha en un tono serio pero cálido- Nuestra sangre lleva consigo el legado de las brujas ancestrales que han defendido la magia a lo largo de los siglos. En tiempos pasados, cuando el miedo y la ignorancia gobernaban los corazones de los hombres, nuestras antepasadas fueron acusadas de brujería y sometidas a juicios injustos y crueles. Fue en esos días oscuros que yo misma enfrenté las llamas del prejuicio humano. En defensa de nuestras hermanas brujas, luché contra la injusticia y la intolerancia, demostrando que la magia es un regalo sagrado que no debe ser temido ni malinterpretado.
Ella escuchaba atentamente, sintiendo el peso de la historia de su linaje sobre sus hombros. La idea de la supervivencia de las brujas, la resistencia frente a la persecución y la preservación de la sabiduría mística se volvieron pilares fundamentales en su formación. En la penumbra de la librería, Agatha Harkness continuó su relato, revelando un aspecto de su historia que había marcado profundamente su visión del mundo mágico y que ahora transmitiría a su hija Elizabeth con una fuerza inquebrantable.
—Debes entender que la supervivencia de las brujas a veces requiere sacrificios difíciles -dijo Agatha con solemnidad en su voz- En tiempos de peligro y persecución, cuando el aquelarre enfrentaba amenazas externas e internas, tomé decisiones que hoy pueden parecer duras, pero que fueron necesarias para asegurar nuestra existencia. Hubo ocasiones en las que, para preservar el poder y la esencia del aquelarre, sacrifiqué a brujas más débiles cuya lealtad o habilidades no estaban a la altura de la causa. Fue una medida dolorosa pero crucial para mantener viva la llama de la magia.
Elizabeth escuchaba en silencio, sintiendo el peso de la responsabilidad y el legado que recaían sobre ella como futura líder del aquelarre. La idea de que la supervivencia de las brujas valía por encima de todo se grabó en su mente con una intensidad abrumadora. Desde ese momento, Elizabeth llevó consigo la convicción de que, aunque el camino de una bruja podía ser arduo y lleno de sacrificios, la causa del aquelarre era sagrada y merecía toda su devoción y protección. La supervivencia de las brujas, con sus historias, conocimientos y poderes únicos, se convirtió en su misión personal, un faro que iluminaba cada paso que daba en el vasto y complejo mundo que le había tocado transitar.
Y así prevaleció por varios años... hasta la aparición de su hermano Nicholas. Allí, todo cambió.
Edited by Druc - 27/4/2024, 22:01. -
.TRAICIÓN
Bajo la experimentada tutela de su madre, Elizabeth se convirtió en una eminencia mística en Nueva Salem: una figura reverenciada y temida en igual medida por aquellos que conocían su nombre. Su voluntad era como la obsidiana, resistente a las tentaciones y las sombras que acechaban en los rincones más profundos de la magia. Sin embargo, el destino de Elizabeth daría un giro de enormes proporciones cuando Agatha acogería en sus aposentos a Nicholas Scratch, un hechicero prodigio cuyos poderes eclipsaban incluso los logros de su hermana. Caracterizado por un aura de peligro y misterio, Nicholas llegó a las puertas de Nueva Salem pidiendo socorro, pero pronto revelaría una identidad más siniestra.
Nicholas poseía un don innato para la magia y las artes esotéricas. Su voluntad era como un río turbio; fácilmente moldeable por las corrientes más oscuras del deseo y la ambición que le ofrecían los poderíos absolutos de la hechicería. El resentimiento de Nicholas hacia Agatha, su madre adoptiva, crecía como una sombra que iba devorando cada rincón de su psiquis. Sus ojos, antaño reflejos de admiración y devoción, ahora observaban con aborrecimiento las decisiones de la matriarca por sobre el aquelarre y los ciudadanos salemitas. Sus oscuros pensamientos se alimentaban de la envidia que sentía hacia su hermana adoptiva, Elizabeth Scratch, cuyo poder y sabiduría eran elogiados por todos aquellos que la conocían.-----------------------------------------
El crepúsculo envolvía Nueva Salem cuando Agatha Harkness anunció su partida temporal para cumplir con deberes místicos fuera del pueblo, dejando a cargo a su primogénita. Elizabeth, consciente de la responsabilidad que recaía sobre sus hombros en ausencia de su madre adoptiva, se sumergió aún más en sus deberes como líder del aquelarre. Aunque contra todo pronóstico, el destino tenía otros planes.
En ausencia de la regente madre Nicholas Scratch dejó que su ambición desenfrenada tomara las riendas de su destino y lo llevase a aventurarse en terrenos prohibidos en los límites del pueblo, delimitado por una cúpula mística protectora que separaba a Nueva Salem de los peligros del exterior. Para acceder a una fuente inagotable de poder, el brujo había decidido contactar con un malévolo demonio que habitaba más allá de cualquier plano conocido... pero primero la protección mística que rodeaba al pueblo debía caer para dejar paso a la entidad. Elizabeth, alertada por las energías discordantes que resonaban en el aire, llegó justo a tiempo para presenciar a Nicholas en medio de su peligroso ritual.
—¿Qué estás haciendo, Nicholas? -exclamó con voz firme- ¡No puedes jugar con fuerzas que no comprendes! ¡Pondrás en peligro a todo lo que hemos construido!
Nicholas se volvió hacia su hermana con una sonrisa maquiavélica y los ojos inyectados en una negrura tan vacía como el espacio exterior.
—¿No ves que nuestro camino hacia la grandeza no puede ser delimitado por las restricciones de Agatha, querida hermana? ¡La supremacía es nuestra por derecho de nacimiento! No permitiré que nada ni nadie nos detenga.
—Que así sea, hermano. No me dejas otra opción.
Edited by Druc - 27/4/2024, 22:47.
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